Hilario Ascasubi

Hilario Ascasubi

cuyo nombre completo es Hilario Ascasubi

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La refalosa

Mirá, gaucho salvajón,
que no pierdo la esperanza,
y no es chanza,
de hacerte probar qué cosa
es Tin tin y Refalosa.
Ahora te diré cómo es:
escuchá y no te asustés;
que para ustedes es canto
más triste que un viernes santo.

Unitario que agarramos
lo estiramos;
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un maniador doblao,
ya queda codo con codo
y desnudito ante todo.
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflición.

Luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca.
Lindamente asigurao,
y parao
lo tenemos clamoriando;
y como medio chanciando
lo pinchamos,
y lo que grita, cantamos
la refalosa y tin tin,
sin violín.

Pero seguimos el son
en la vaina del latón,
que asentamos
el cuchillo, y le tantiamos
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
Cuando algunos en camisa
se empiezan a revolcar,
y a llorar,
que es lo que más nos divierte;
de igual suerte
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría,
al oír la musiquería
y la broma que le damos
al salvaje que amarramos.

Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decidimos
que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derechas
lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas,
que si se mueve es a gatas.
Entretanto,
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahi nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y qué se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra a revolver los ojos.

¡Ah, hombres flojos!
hemos visto algunos de éstos
que se muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes,
largando tamaña lengua;
y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
para medio contentarlo.

¡Qué jarana!
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos parar
para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
Y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla,
y de manea gastarla.
De ahí se le cortan orejas,
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho.

. . . . . . . . . . . . . .

Conque ya ves, Salvajón;
nadita te ha de pasar
después de hacerte gritar:
¡Viva la Federación!


Poema La refalosa de Hilario Ascasubi con fondo de libro

Isidora

PRIMERA PARTE

La Isidora regordeta
se va a embarcar al Buseo:
¡vieran con qué zarandeo
va arrastrando una chancleta!

Que lleva un pie desocao
de resultas de un fandango,
en que le rompió el changango
en la cabeza a un soldao;

Y en esa noche con Brun
bailando la refalosa,
anduvo poco mañosa
queriendo hacerle el betún.

Sabrán que esta moza al fin,
no es porteña, es arroyera,
pitadora y guitarrera
y cantora del Tin tin.

Que vino de la otra banda
junto con los invasores,
y que sabe hacer primores
por todas partes donde anda;

Y que hace mucho papel
como güeña federala,
pues se refriega en su sala
con la hija de Juan Manuel.

En fin, dicen que esta dama
del Miguelete se aleja,
y a mis paisanas les deja
los recuerdos de su fama.

También dicen de que al borde
ha estado de perecer,
y se quiere reponer
porque ha perdido el engorde

Pues no le asientan los pastos,
y luego con la escasez
que hay por ajuera, esta vez
se ha fundido en hacer gastos.

Así es que bien trasijada
se retira la infeliz,
echando por la nariz
como suero de cuajada.

Un ojo le lagrimea,
del aire, dice Garvizo;
que para él es un hechizo
otro que le centellea.

El Andaluz se hace almiba
por agradar a Isidora,
que es muchacha seguidora
y nunca se muestra esquiva.

Así es que a la despedida
la acompaña una patrulla,
marchando sir, hacer bulla
come gente dolorida.

Pero la Isidora marcha
sin demostrar sentimiento,
con un semblante contento
y más fresca que la escarcha.

Lleva el rebozo terciao,
airoso, a lo mazorquera,
y en la frente de testera
luce un moño colorao.

Marcha con aire gitano,
y una mano en la cadera,
que sacude sandunguera
con un garbo soberano.

Para lucir los encajes,
viste a media pantorilla
un vestido de lanilla
colorao y sin follajes.

Ella no gasta bolsita
como gasta una pueblera;
pero carga una jueguera
y también su barajita.

Todo el cortejo se empeña
en complacerla al partir,
pero ella se quiere dir
y a todo bicho desdeña.

Casi se cai de barriga
el cirujano, en mala hora
se le clavó a la Isidora
el cuchillo de la liga...

Que lo levanta el galán
trompezando, y cariñoso
se lo presenta gustoso
a la prenda de su afán.

La Isidora lo recibe,
y exclama: - ¡Cristo me valga!
antes perdiera una nalga
que no esta prenda de Oribe.

Con la cual he de volver
y a todas las unitarias,
de balde han de ser plegarias,
yo las he de componer.

¿Ha visto, dotor tuertero,
estas zonzas de orientalas,
que a todas las federalas
nos tratan como a carnero?

Esas mesmas que ahi están
faroliando en el Cerrito,
y haciéndole asco al moñito,
no sé lo que pensarán.

Pues mire, ¡a fe de Isidora,
me voy con sangre en el ojo!
y, he de volver por antojo
con mi comadre Melchora;

Y a toda la que se piensa
que me ha de andar con diretes,
le he de cruzar los cachetes
y le he de cortar la trenza.

¡Moño grande! que se vea,
se han de poner a la juerza:
y a la que medio se tuerza
se lo he de pegar con brea.

¡Caray! si me da una rabia
el ver que a mí ¡a la Isidora!
quieran ganarle a señora
porque tienen mejor labia.

¡Y porque gastan corsé,
y gorras a la francesa,
ni levantan la cabeza
a saludar! -Ya se ve...

Aun no están acostumbradas
a la mazorca y tin tin,
pero de todas, al fin,
me he de reír a carcajadas.

Deje nomás que entre Oribe
y tome a Montevideo,
que hemos de tener bureo
como Rosas me lo escribe.

Conque ansina, dotorcito,
a todas digamelés,
que he de volver otra vez,
¡que me anden con cuidadito!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

En esta conversación
hasta la playa llegaron,
y en el momento mandaron
los rosines un lanchón.

Era preciso llevarla
cargada para embarcarse,
por no dejarla mojarse,
que eso podía resfriarla.

Entonces de la cadera
se la prendió el Andaluz,
y ella le gritó: ¡Jesús!
¡No me ruempa la pollera!

Con todo se la echó al hombro,
y hasta el lanchón la llevó;
y al dejarla suspiró
el tal Garvizo, ¡qué asombro!

Conque ansina desde ahora
es bueno que se prevengan,
y las orientalas tengan
¡cuidado con la Isidora!

SEGUNDA PARTE

Por un duende que ha venido
y que estuvo en lo de Rosas,
ésta y otras muchas cosas
diz que Anastasio ha sabido;

Porque me escribe el Chileno,
con respeuto a la Isidora,
de que tuvo la señora
un viaje pronto y muy güeno;

Pues la tarde del embarque
alzó moño la Palmar,
y a Güenos Aires fue a dar
con la Arroyera y su charque.

Y con viento rigular
amaneció la Boleta,
frente de la Recoleta
aonde empezó a sujetar.

Por supuesto, en la cruzada,
la muchacha se almareó,
y cuasi, cuasi largó
la panza y la riñonada.

Pero le dieron giniebra
que cura la indigestión;
y diz que sopló el porrón,
y se lo limpió de una hebra.

Luego le ofrecieron té;
pero ella dijo: -No quiero
ningún remedio extranjero,
como no sea el culé...
O mate de manzanilla
junto con flor de mosqueta,
que cuando estoy indigesta
¡me asienta a la maravilla!

Quién sabe al fin si tomó
a bordo esa medicina;
pero luego en la cocina
de golpe se amejoró:

Comiéndose allí una tripa
que le brindó el cocinero,
con más de medio carnero
y de galleta una tipa.

Últimamente llegaron
hasta dentro con el barco,
y en lo más hondo del charco
a soga larga lo ataron.

Y al echar un bote al río
le dijeron a Isidora:
Venga a embarcarse, señora,
con su petaca y su avío.

Mesmamente la embarcaron
en la culata del bote,
y más ligero que al trote
hasta la orilla llegaron.

De allí la montó a babucha
un marinero fornido,
que llegó a tierra rendido
y soltó a la camilucha:

Cuando llegó un adecán
flauchoncito y muy viejazo,
que al soltarle ella un abrazo,
le dijo: ¡Che, Corbalán!

¿Cómo estás? ¿Y Juan Manuel?
¿siempre con salú? contáme,
o más bien acompañáme,
voy a platicar con él.

¡Isidora de mi vida!
díjole el viejo moquiando;
¡pues no! vamos disparando
y que sea bien venida.

Y ya también la sacó
de bracete acollarada;
que salió medio trabada
desde el punto en que partió.

¡Qué de noticias traerás
-le dijo- de esos parajes!
Y ¿se aguantan los salvajes
Rivera y el manco Paz?

Nada te puedo contar
ahora, dijo la Arroyera,
pues se me anda la vedera
y ya me voy por echar.

Apuráte por favor:
vamos ligero, viejito,
y lleguemos, hermanito,
a lo del Restaurador.

Llegó la yunta, y adentro,
en la puerta de la sala
ya tuvo la federala
su primer feliz encuentro.

Pues salió la Manuelita,
y en cuanto la divisó;
luego vino y se abrazó
de firme con su amiguita,

Queriéndola comer
con los besos que le dio,
hasta que le preguntó:
-¿De dónde salís, mujer?

¡Mirá que sos una ingrata!
pues ni de mí te acordás
queriéndote mucho más
que lo que me quiere tata.

-Salí, porteña pintora,
federala zalamera;
que si yo no te quisiera,
velay, ¡dijo la Isidora!...

No te trujera esta lonja
que le he sacao a un francés,
para vos, ahi la tenés:
esto es querer, no lisonja.

Ansí es que me acuerdo yo,
tomá, y dejáte de quejas;
juntalá con las orejas
que Oribe te regaló.

-Ya no las tengo, hermanita,
le respondió la pichona
pues como eran cosa mona
se las regalé a tatita.

Ahora mesmo las verás
en su cuarto, adonde tiene
todo lo que lo entretiene:
vení, mujer, te reirás.

Entonces se despidió
Corbalán de Isidorita:
que a un tirón de Manuelita
para el cuarto cabrestió.

Se colaron, ¡Virgen Santa!
en ese cuarto que espanta
de pensar que vive en él
el tirano Juan Manuel,
restaurador de las leyes,
entre jeringas y fuelles,
puñales, vergas, limetas,
armas, serruchos, gacetas,
bolas, lazos maniadores
y otra porción de primores;
pues lo primero que vió
Isidora en cuanto entró,
fue un cartel,
con grandes letras sobre él,
y una manea colgada
de una lonja bien granada:
y el letrero
decía así: "¡Esta es del cuero
del traidor Berón de Astrada!
lonja que le fue sacada
por unitario salvaje,
en el paraje
del Pago Largo afamado,
donde fue descuartizado!"

-Con razón:
por malvao y salvajón,
dijo la recién venida.
Y en seguida,
miró encima de una mesa,
y entre un nicho, una cabeza
cortada,
y con la lengua apretada
mordida,
y la vista ennegrecida
y con rastros de llorosa.

Al pie tenía una losa
escrita, y decía así:
" Zelarrayán
Los salvajes temblarán
cuando se acuerden de ti".

¿Pues no?
la Arroyera dijo: y vio
ahi nomás, en seguidita,
colgada en una estaquita
una cola o cabellera:
y al preguntar de quién era
pudo ver sobre un papel
esta letra: "¡De Marciel!
Esta es la barba y bigote,
que con lonja del cogote
le manda al Restaurador:
Oribe, su servidor".

- ¡Qué bonito,
dijo Isidora, el versito!
Y agarró
un puñal, que reparó
en diez o doce que había,
que sobre el cabo tenía
en la chapa este letrero:

"Yo soy el verdadero
recuerdo en homenaje
del infame salvaje
Manuel Vicente Maza.

Si salgo de esta casa,
¡tiemble algún Presidente
que no sea obediente,
y, altanero se oponga,
cuando Rosas disponga!".

-¡Qué receta para Oribe,
dijo Isidora, que vive
sirviéndole a Juan Manuel,
y queriendo hacer papel
de Presidente legal,
cuando en la Banda Oriental
tan sólo el restaurador
debe ser amo y señor,
aunque el diablo se sacuda
las orejas!... ¡Ah, mujer!
hacéme al momento ver
las de Borda: ¿dónde están?
¿Qué sequitas no estarán?

Entonces la Manuelita
las sacó de una cajita,
y cuando se las mostró,
la gaucha las escupió,
y pensó hacer otras cosas:
pero en esto dentró Rosas
en camisa y calzoncillos
golpiándose los tobillos,
con la cabeza amarrada,
una cara endemoniada,
y en la cintura una verga.

Tendió en el suelo una jerga,
puso al lado una botella,
y se acostó cerca de ella
sin soltar una expresión...
Y cuál fue la confusión
de Isidora y Manuelita
al sentir que su tatita
redepente dio un bramido
como tigre enfurecido,
y echando espuma se alzó,
y estas palabras soltó:
"¡En la Horqueta del Rosario!
¡Flores, salvaje unitario!
¡Núñez, salvaje traidor!...

Entonces le dio un temblor,
y rechinando los dientes,
y con gestos diferentes:
"¡Asesina!" le gritó
a Isidora; y la mandó
degollar con sus soldaos,
que acudieron asustaos.

Cayó entonces desmayada
la Arroyera, y arrastrada
fue por dos indios; y al rato
degollada como un pato.

Cuando la iban a matar,
Manuela se echó a llorar
a los pies de Juan Manuel,
suplicándole, pero él
dijo: "¡Muera la ovejona!
pues, si no, sale y pregona,
que ya tengo convulsiones,
de ver que los salvajones,
se lo limpian a Alderete;
y después, que lo sujete
el demonio al Pardejón,
que viene, y en un cañón
de taco me hace meter,
y ahí nomás lo hace prender;
cosa que en cuanto reviente
¡a los infiernos me avente
donde con vergas y fuelles
vaya a restaurar las leyes!...

Luego pidió una botella
de bebida, y se arrimó
a Isidora; la miró,
y de ahí se sentó sobre ella.

¡Fría estaba y desangrada!
Pero Rosas, con todo eso,
se agachó, le pegó un beso,
y largó una carcajada.

Luego acabó de beber
muy ufano, y se paró,
y a los indios les gritó:
"Saquen de aquí esta mujer;
llevenlá a la sepultura;
vamos, prontito, al instante,
y que venga y la levante
el carro de la basura".

Ansí la triste Arroyera
un fin funesto ha tenido,
sin valerle el haber sido
federala y mazorquera.


Poema Isidora de Hilario Ascasubi con fondo de libro

Paulino Lucero

Martín

¡Amigo! De aquella loma
que atrás del monte se ve,
apenas lo devisé,
dije: aquel mozo que asoma
se me hace por la presencia
ser el paisano Lucero;
y felizmente, aparcero,
me ha salido...

Lucero

A la evidencia:
porque como nunca juyo
de esta causa en el afán;
y como dice un refrán,
en un pie a tu tierra, grullo,
cuanto el general Urquiza
¡a quien lo conserve Dios!
pegó el grito: "Vamonós
contra Rosas", a la prisa,
como es justa la contienda,
por lo justo, al grito yo,
decidido, del Cuaró
me vine a tirar la rienda
frente de Cualeguaychú
y al Uruguay me azoté
y lueguito me largué,
a saber de su salú.
¿Y mi aparcera?

Martín

Buenaza,
siempre mentándolo a usté.
Vaya, aparcero, apiesé;
ya sabe que está en su casa,
y no precisa...

Lucero

Al momento:
velay refalo el recao
y me pongo a su mandao.

Martín

Adelante: tome asiento.

Lucero

Pues, mire, amigo Sayago,
yo al venir me presumía
que no me conocería
al volver por este pago.
Pero si usté a la fortuna
es igual en la memoria,
ya puede hacer vanagloria
de conocedor: ¡ahijuna!

Martín

Lo que yo estoy conociendo
es que usté viene templao
y, como siempre, alentao.
Conque, váyame diciendo:
¿Diadónde sale?

Lucero

¡Chancita!
De lejas tierras, cuñao,
después de haberme troteao
media América enterita.
De suerte que de mulita
ya nada tengo, ¡qué Cristo!
pues con las cosas que he visto
en tanto como he andao,
de todo estoy enterao
y para todo estoy listo.

Pero, paisano Martín,
yo creiba que su amistá
con mi larga ausiencia ya
hubiese aflojao al fin.
Ya ve que ¡siete años largos
sin vernos hemos pasao!
¡Y cómo estoy de arrugao
por tantos ratos amargos!...
Así, yo hubiera apostao
a que me desconocía,
y que ni mentas haría
de mí.

Martín

Se había equivocao:
y lejos de eso, aparcero,
tan presente lo he tenido
que lo hubiera distinguido
en el mayor entrevero.
Digo esto, en la persuasión
que usté en la otra tremolina
habrá andao de garabina,
por supuesto, y de latón;
sobre el pingo noche y día
peliando al divino ñudo,
medio en pelota o desnudo
y con la panza vacía.

Pero ya por estos pagos,
lo mesmo que por su tierra,
se anda por concluir la guerra
y las matanzas y estragos,
bajo la suposición
de que no corcoviará
Rosas, y se allanará
a organizar la nación
por el orden federal,
que Entre Ríos y Corrientes
han proclamado valientes,
y han de sostener... ¿Qué tal?

Lucero

¡Muy lindo!... Pero... Veremos;
porque ese Rosas, amigo,
¡es tan diablo... Pucha, digo!
¡Cuántos males le debemos!
Y aunque usté haiga forcejeao
en otro tiempo por él,
éste no es el tiempo aquél,
y se habrá desengañao...

Martín

¿Forcejeao, dijo? Se engaña:
por un deber he seguido,
siempre medio persuadido
que Rosas es un lagaña.

Lucero

¿Medio no más, aparcero?
¿O se le hace rana el sapo?
¿A que si se lo destapo
se persuade por entero?
¡Es un tigre hasta morir,
con unas garras que asusta!
Y a ese respeuto, si gusta,
le explicaré mi sentir.

Martín

¡Pues no!, amigo: desde luego
prosiga, y déle por ahi:
y arme un cigarro, velay,
también voy a darle fuego.

Lucero

No... Deje estar... ¡Voto a bríos!
¡Maldito sea el rosín!
¡Por Cristo! amigo Martín,
he perdido los avios.
¡Ah, bruto! ¡si ha corcoviao
hasta cortarme la cincha,
y todavía relincha;
y mire, se ha revolcao!

Martín

Tiene laya de buenazo
y bellaco...

Lucero

Sin piedá,
pero de conformidá,
que luego es ¡superiorazo!

Hoy cuasi me descompuso,
porque en pelos me dejó,
y ya también se bolió,
pero salí, ¡como un huso!

Martín

¡Ah, gaucho!... Vení, Ramón;
velay, agarrá ese overo,
y acollarálo ligero
al zaino viejo rabón.
¿No será algún pescuecero
su redomón, ño Paulino,
que saque por el camino
a la rastra a mi aguatero?
No le hace: andá y del tirón
traite el mate y la caldera;
vaya, hijito, y de carrera
cebenós un cimarrón.

Lucero

Pues, yo crei que usté viviera
siempre en la otra población,
y hoy al darle el madrugón
me encontré con la tapera.
Luego me pude informar
de su salú y paradero,
y en la cruzada al overo
se le antojó retozar.

Martín

¡Voto alante! En fin ya ve,
después de tanto rodar,
me he conseguido afirmar
siempre en la costa del Clé:
donde en otro tiempo, amigo,
cuanto rancho he levantao,
lueguito me lo han quemao,
como si fuera castigo;
hasta hoy que, como la rosa,
vivo y puedo trabajar
con miras de adelantar,
si Dios no manda otra cosa.

Pues acá de varios modos,
siendo los hombres honraos,
todos viven sosegaos
y ganan su vida todos,
mediante la protección
que el gobernador Urquiza
al pobre que la precisa
le presta de corazón.
Así, el hombre es bendecido,
como bajado del cielo,
después de tanto desvelo
y atraso que hemos sufrido.

Lucero

Que dure es lo menester,
y pronto, amigo, verá
que esta provincia será
feliz como debe ser,
porque la naturaleza
y Dios mesmo se ha esmerao
en darle como le ha dao
en su suelo su riqueza.

Corriendo la agua a raudales
por sus ríos caudalosos,
y de ahi sus montes frondosos,
sus campos y pastizales.
Luego sus puertos y haciendas
su trajín y produciones...
¿No valen más estos dones,
que ejércitos y contiendas
sin término? ¿Y para qué?
Para que al fin el tirano
llegue a ser el soberano
de estos pagos.

Martín

Riasé
del Supremo y de su antojo,
pues, para tal pretender,
Rosas no debía ser
tan ruin, tan malo, y tan flojo;
ni debía ese asesino
apoyarse en el terror,
ni ser tan manotiador
como tacaño y mezquino.

Así condición ninguna
tiene, sino fantasía;
pero, ya se allega el día
de que se le acabe, ¡ahijuna!...
¡Qué distinto proceder
tiene acá el gobernador,
a quien el restaurador
le debe todo su ser!

Usté lo verá, paisano;
por supuesto, lo verá,
y si ha visto ¡me dirá!
hombre más liso y más llano.
Y verá con el empeño
que proteje al hombre honrao,
sin fijarse en lo pasao,
ni en si es de Uropa o porteño.

Porque su único sistema
es perseguir los ladrones,
pero que por opiniones
ya ningún hombre le tema.
También verá el adelanto
de nuestra provincia entera,
y al cruzar por aonde quiera
le parecerá un encanto:

Ver la porción de edificios
que se alzan en todas partes
para proteger las artes
y diferentes oficios.
Luego en los campos verá
las escuelas que sostiene
la Patria, en las cuales tiene
a hombres de capacidá:

Enseñando satisfechos
y con esmeros prolijos
a que aprendan nuestros hijos
a defender sus derechos.
Y últimamente, paisano,
si hay gobiernos bienhechores,
quizá uno de los mejores
es el gobierno entrerriano.

Lucero

¡Qué primor! Así debía
proceder todo gobierno,
veríamos que al infierno
iba a parar la anarquía.
Pero, desgraciadamente,
Rosas es tan envidioso,
y tan diablo y revoltoso,
que ya pretende al presente
largarnos un buscapié
para hacernos chamuscar,
porque no le ha de agradar
esta quietú; creamé.

Pues la Libertá y la paz
son dos cosas que aborrece,
a punto que se estremece
de oírlas nombrar nada más.
A bien que le he prometido
destapárselo enterito,
y voy hacerlo lueguito;
¿quiere atender?...

Martín

Decidido
le prometo mi atención:
que un hombre de su razón
merece ser atendido.

Lucero

Pues bien, amigo Sayago,
debajo de una amistá
oirá con la claridá
y la franqueza que lo hago.

No hablo como lastimao;
menos como correntino:
hablaré como argentino,
patriota y acreditao,
que nunca ha diferenciao
a porteños de entrerrianos,
ni a Vallistas de puntanos,
porque todos para mí,
desde este pago a Jujuí,
son mis queridos paisanos.

Y en el rancho de Paulino
puede con toda franqueza
disponer de la pobreza
cualquier paisano argentino,
pues nunca ha sido mezquino,
y a gala tiene Lucero,
el que cualquier forastero
llegue a golpiarle la puerta,
siguro de hallarla abierta
con agrado verdadero.

Sólo aborrezco a un audaz
que piensa que la Nación
es él solo en conclusión,
y su familia, a lo más:
y ese malevo tenaz,
matador, morao y ruin,
que ha promovido un sinfín
de guerras calamitosas,
no es una rana... ¡Ése es Rosas!
mesmito, amigo Martín,

Que grita ¡federación!
y degüello a la unidá,
mientras que a su voluntá
manotea a la Nación;
y en veinte años de tesón
que mata y grita audazmente
¡federación! que nos cuente,
¿que provincia ha prosperao
o al menos se ha gobernao
de por sí federalmente?

Ninguna, amigo: al contrario,
hoy miran su destrución
v que en la Federación
Rosas se ha alzao unitario,
porque. A lo rey albitrario,
desde San José de Flores
fusila gobernadores,
niñas preñadas y curas,
y comete en sus locuras
otra máquina de horrores.

¡Vea qué Federación
tan gaucha! Y yo le respondo
que, aunque soy medio redondo,
conozco su explicación,
que consiste en mi opinión,
en que los pueblos unidos
vivan, y no sometidos
a tal provincia o caudillo
que les atraque cuchillo
y los tenga envilecidos...

Martín

¡Ahijuna!...

Lucero

No se caliente:
deje estar que le relate.

Martín

Siga, amigo: velay mate;
velay también aguardiente.
¡Barajo!... ¡Qué relación!
¡Ah, Rosas, si en este istante
te topara por delante!
Si hasta me da comezón...

Lucero

¡Viera, aparcero Sayago,
por esos pueblos de arriba,
como he visto yo cuando iba,
redotao por esos pagos!
¡Qué mortandades, qué estragos!
¡Cuánta familia inocente
hasta hoy llora amargamente
la miseria y viudedá
que deben a la crueldá
de Rosas únicamente!

Luego, el encarnizamiento
con que a los hombres persigue,
y los rastrea, y los sigue
lo mesmo que tigre hambriento.
Así es que he visto un sin cuento
de infelices desterraos,
y hombres que han sido hacendaos
rodando en tierras ajenas
y viviendo a duras penas
pobres y desesperaos.

¡Y así pretende el tirano
que el país esté sosegao,
habiéndolo desangrao
de un modo tan inhumano!
Ahora, dígame, paisano,
si a usté también lo saquiara,
lo persiguiese y rastriara
así con un odio eterno,
usté, desde el quinto infierno,
¿con Rosas no se estrellara?

Martín

Siguro, hasta el fin del mundo
como a pleito lo seguía,
y hasta lo perseguiría
de la mar en lo profundo.
Y a la prueba me remito
en la presente patriarda,
yendo a darle una sableada
allá en Palermo mesmito.

Y siendo tan revoltoso
el paisano Juan Manuel,
preciso es librarnos de él
lo mesmo que de un rabioso;
y entre todos sin reposo
dejándonos de pelear,
lo debemos corretear,
que dispare a lo ñandú
y se vaya a la gran-pu
y nos deje sosegar.

Lucero

Y que deje de amolarnos
con tanta guerra al botón
que arma allá ese baladrón
con miras de exterminarnos.
Que acá para gobernarnos
federal y lindamente,
sin hacer matar la gente,
pero haciendo prosperar
la patria no han de faltar
gobiernos como el presente.

Martín

¡Ah, gaucho sabio y ladino!
si es la cencia consumada,
y patriota más que nada;
eche un trago, ño Paulino.

Lucero

Vaya, amigo, ¡a la salú
de sus pagos y los míos,
y el gobierno de Entre Ríos
que nos ha de dar quietú!
¡Y por la Federación!

Martín
¿La gaucha?...

Lucero

No: ¡la entrerriana!
la linda, la veterana,
que hará feliz la Nación,
hoy que su proclamación
alza el general Urquiza,
diciendo: "¡Aquí finaliza
todo el poder de un tirano,
que el ejército entrerriano,
va a reducir a ceniza!"

Martín

Amigo, ahi tengo un changango
que pasa de rigular,
y ahora mesmo hemos de armar
para esta noche un fandango.
Aunque ya no me acordaba
que ayer, cuando iba al arroyo,
mi Juana Rosa en un hoyo
medio se sacó una taba;

Y hoy de mañana salió
con la Nicasia en las ancas,
y en aquellas casas blancas
debe estar, presumo yo,
haciéndose acomodar
la pata que se le ha hinchao:
pero así mesino, cunao,
esta noche ha de bailar.
Y usté templando el changango
saquemelé hasta la frisa,
a salú de don Urquiza
federal lindo y de rango!

Lucero

Lo haré por él, lo prometo;
pues, si antes fui su enernigo,
ahora de veras le digo,
me ha cautivao el afeto.
Viendo el empeño completo
con que llama a los paisanos
para que se den las manos
y se dejen de matar;
así es que lo han de apreciar
todos los americanos.

Y así, yo de corazón
rendiré la vida a gusto
en las filas de don Justo,
sosteniendo su opinión
de organizar la nación,
hoy que el caso se presenta,
para ajustarle la cuenta
a ese tirano ambicioso,
causal de tanto destrozo
que nuestra patria lamenta.

Y a quien el mesmo Entre Ríos
le debe tantos atrasos,
por las trabas y embarazos
que antes le puso a estos ríos;
creyendo en sus desvaríos
Juan Manuel que el Paraná
era de su propiedá;
y cuando le daba gana
no entraba ni una chalana.
¡Mire qué barbaridá!

Y a todo barco atajaba,
sin más razón ni derecho
que sacarle hasta el afrecho
en tributos que cobraba;
de otro modo no largaba
a ningún barco jamás
y sólo a San Nicolás
cuando más podían dir,
pues si quería subir
los hacía echar atrás.

¡Qué diferencia hoy en día
es recostarse a estos puertos,
y verlos siempre cubiertos
de purita barquería!
con tanta banderería
y tanta gente platuda
que al criollo que Dios lo ayuda
se arma rico redepente;
lo que antes cuasi la gente
andaba medio desnuda.

Luego, en ganar amistades,
¿acaso se pierde nada?...
¿Y con gente bien portada
que nos trae comodidades,
cayendo de esas ciudades
de Uropa tantos naciones,
a levantar poblaciones
en nuestros campos disiertos,
que antes estaban cubiertos
de tigres y cimarrones?

¿O debemos ahuyentar
la gente que habla en la lengua?
No, amigo, porque no hay mengua
en que vengan a poblar;
pues nos pueden enseñar
muchas cosas que inoramos
de toda laya: ¿a qué andamos
con que naides necesita,
si hay tanto y tanto mulita
entre los que más pintamos?

Dicen que "la extranjerada
¡algunos no dicen todos!
nos han de comer los codos".
¿Qué nos han de comer? -¡Nada!
Podrán comer carne asada,
cuando apriendan a enlazar;
y no se puede negar
que son muy aficionaos
a echar un pial, y alentaos
si se ofrece a trabajar.

Allá en mi pago tenemos
un nacioncito bozal,
muchacho muy liberal
con quien nos entretenemos;
y al lazo le conocemos
mucha afición de una vez.
Y, ni sé qué nación es,
pero cuando entre otras cosas
le grito: "Pialáme a Rosas".

Martín

¡Será el diablo! Pues aquí
anda otro carcamancito
que contesta a lo chanchito,
y a todo dice: "güi, güi",
y ayer peló un bisturí
de dos cuartas, afilao,
y yo que estaba a su lao
le dije: "¿Para qué es eso?"
y él señalando el pescuezo
nombró a Rosas, retobao

Lucero

¡Pero, si es temeridá
lo que el hombre es mal querido
y putiao y maldecido
en todo pago y ciudá!
Ya le dije, yo he corrido
muchas tierras, y embarcao
desde la mar del Callao
hasta la Esquina he venido,
y en Bolivia he conocido
a hombres que no morirán
de antojo, y le pegarán
al Supremo una sumida,
si Dios le presta la vida,
al general Ballivián.

Éste anda por Chuquisaca,
y allá en Lima anda un Castilla,
general, que si lo pilla
a Rosas le arrima estaca;
porque es libertal de a placa
ese general limeño;
y a todo gaucho abajeño
que anda infeliz por allá
en cualquier necesidá
lo proteje con empeño.

Así, yo vine prendao
de otro general Torrijo.
¡Ah, mozo! un día me dijo,
viéndome medio atrasao;
"¿Muchacho, sos emigrao?"
"Sí, señor", le respondí;
"Pues tomá", -y le recebí;
y como quien no da nada
ahi me largó una gatiada
que luego la redetí.

Después en Chile, paisano,
también me puse las botas,
con muchos mozos patriotas
que detestan al tirano;
y el gobierno es tan humano,
que a todos nos compadece,
y dice que no merece
Buenos Aires esa suerte,
en que hoy se mira, y de muerte
a Juan Manuel lo aborrece.

¿Y el general Virasoro?
¿Y el ejército que manda?
¡Por Dios! Le asiguro que anda
contra Rosas, como un toro;
y antes en manos de un Moro
caiga ese bruto asesino,
que no en las de un correntino.
Así, que ande Rosas listo,
pues si lo pillan ¡ah, Cristo!
¡Infeliz de su destino!

Luego, en colmo de sus males,
al Presidente su aliao,
ya lo tienen apretao
veintidós mil imperiales,
todos mozos ternejales
que lo han de sacar muriendo,
y todos, estoy creyendo
como una cosa sigura,
que por sacarle una achura
a Rosas se andan lambiendo.

Y en todo el género humano,
no crea, ni le parezca
que hay hombre que no aborrezca
a Juan Manuel por tirano.
¿Y en el Paraguay, paisanos?
¡Viera a los paraguayitos
todavía mamoncitos
que apenas andan gatiando,
y ya se largan gritando:
¡Ah hijitos!

Y además el Presidente
es un quiebra, sigún veo,
pues le ha pedido rodeo
al Héroe del Continente.

Lucero

Sí, amigo, muy suavemente
al principio lo ha palmeao,
y ya lo ha redomoneao,
hasta el verano que viene,
que puede ser que lo enfrene
y lo haga de su recao.

Martín

¡Ah, cosa! Dios lo bendiga,
y le dé su santa gracia.
¡Che! mire: ahi viene Nicasia
con mi china. Pero, diga:
¿se acuerda de Sandoval
el payador?

Lucero

¡Cómo no!

Martín

Un chumbo lo desnucó.

Lucero

¿Dónde?...

Martín

En la Banda Oriental:
donde también por mi mal
andando por esa tierra,
cuando la maldita guerra
en que Rosas nos metió,
cuasi, cuasi, quedé yo
estirao en una sierra.

Lucero

Velay otra guerra, amigo,
que hace Rosas al botón,
de cuya desolación
usté habrá sido testigo.
Y ¿qué oriental enemigo
tiene Entre Ríos? pregunto.
¿A qué cargas, a qué asunto
mandó allá a la paisanada?
¿Sabe a qué, aparcero? A nada;
a peliar por él, por junto.

Cierto es que Frutos Rivero
vino acá la vez pasada,
porque allá la entrerrianada
a él lo atropelló primero
con don Pascual, que altanero
se guasquió a Santa Lucía,
pues de terne presumía,
hasta que en una mañana
y que vuelva, ¡y qué volvía!

Y de ahi, Rosas se ha propuesto
destruir la Banda Oriental
que no le ha hecho ningún mal,
¡mire si es hombre funesto!
Y no alega otro pretexto
que mudarle presidente.
¿Qué le importa que Vicente,
o Pedro, o Juan o Tadeo
gobierne en Montevideo?
¿No digo bien?

Martín

Mesmamente.

Lucero

Pues ya ve a los orientales
matándose con horror,
lo que es, amigo, un dolor,
¡porque son tan liberales!
Y hay mozos tan racionales
entre uno y otro partido,
que si ya no se han unido
no es por rencor, creamé,
es solamente porqué
ahi anda Rosas metido.

Lo que antes, los orientales
se daban cuatro sabliadas,
y al tiro de camaradas
quedaban todos iguales;
mas hoy, con los federales
que Rosas les ha injertao
tan fiero los ha trenzao,
que algunos ya lo coligen,
y Dios permita y la Virgen
que le hagan el cuerpo a un lao.

Dios lo permita, repito,
que se abracen como hermanos;
porque, sin ser mis paisanos
los apreceo infinito;
pues ya sabe, aparcerito,
que yo me crie por allá,
y así es con temeridá
lo que esa gente me agrada,
y esas hembras más que nada,
porque son una deidá.

Martín

¡Oiganle al cantor Lucero
cómo se explica y se amaña!
Pues bien, una media caña
conciérteme, compañero.
Toda de amor enterita,
que se alborote el hembraje
con las coplas, y le faje
hasta la madrugadita.

Lucero

Media caña y cielo junto,
será más lindo, aparcero,
y que yo duerma primero,
porque... Ya me siento en punto...

Martín

Echesé, aunque Juana Rosa
venía y se ha entretenido,
y si lo pilla dormido
quizá se muestre quejosa.
Pero ya que está templao,
no hay que hacer caso, echesé,
que yo lo dispertaré
con un buen cordero asao...
Aunque, amigo, la patrona
lo ha querer agradar:
dejemé, voy a carniar
con cuero una vaquillona.

. . . . . . . . . . . .

Y ya enderezó Martín
rumbiando para el rodeo
y Paulino a su deseo,
hizo estas coplas por fin.


Poema Paulino Lucero de Hilario Ascasubi con fondo de libro

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Ariiba